La idea de que la cultura se ha convertido en un patrimonio «sacro» proviene del contexto contemporáneo de un proteccionismo frente a la globalización. Lo cual es necesario. El capitalismo galopante nos estaba separando de algo que es intimo, personal, la experiencia de ser y experimentar ese ser bajo las cualidades de una cultura determinada. La cultura es un sistema casi biológico para el ser humano, ecosistema de símbolos y significaciones,  se comparte,  nos hace sentir (por lo común) bien, integrados en un lugar, nos da una sensación de «pertenecer» a algo más grande que nuestros pequeños egos individuales.

Pero cuidado, todo romanticismo (el concepto de «lo cultural» lo ha sido en los últimos tiempos y en otros más nefastos), guarda una cara oculta que ha de ser comprendida y observada. Mucho cuidado con el eco de Heidegger (para aquellos que necesitan del perfume de la retorica filosófica barroca y exclusiva).

Hasta ahí bien, el problema viene cuando esa «cualidad cultural» quiere o necesitar enfrentarse a otras para autoafirmarse o ser asertiva para si misma, creando una suerte de hipnotismo (en una creencia de que es mejor, inevitablemente). El paradigma dentro del cual algunas culturas contemporáneas, que no están en peligro de extinción, reclamen una independencia absoluta en aras de una continuación de los movimientos de anti-globalización como los del 15M, es más que cuestionable, puesto que la energía que esos territorios estaban añadiendo para crear una realidad alternativa a un capitalismo corporativista (que anula la distinción y cualidad cultural). Ahora, gracias al independentismo, la energía se va hacia la construcción de una división y separación, cuando el reclamo social se trataba de que las instituciones globales no se cebaran ciegamente con países como si fueran fichas del Risk en términos de sus economías. Algo que venia de finales de los 90.

La noción de exclusividad cultural, como si la cultura experimentada hubiera nacido en una burbuja prístina sin errores, sin conflictos éticos, en una pureza idealizada como concepto utópico primigenio donde su génesis le configura ya una suerte de infabilidad épica y que se percibe así misma como redentora, lleva inevitablemente a una suerte de reclamación edénica (en un concepto de «fe» ciega religiosa) donde la pureza del territorio se vuelve fanática. Es cuando entonces el resto, que esta más allá de el territorio cultural dado, no sirve, sirve en tal caso para que te opongas a ello y ganes en un discurso de construirte con lo que te diferencia del «otro», es decir, le usas, le instrumentalizas, le politizas como una herramienta para la construcción de una posesión en el sentir de las masas.

El totalitarismo entonces empieza a asomar por el horizonte en virtud de una llamada Heideggeriana de la «tierra», donde la redención última del individuo es «separarse» porque ese acto ritual será lo que le convierta en «real» para aquellos con lo que realiza esa praxis colectiva de comunión, en una espiral donde la asertividad y la autoafirmación de ser creada de una forma ideal, utópica y ficticia no tendrá que ver con la configuración orgánica que tuvo esa cultura en su esencia histórica, sino que la politización podrá incluso llegar a perturbar profundamente su crecimiento histórico en su devenir orgánico.

Es cuando la tecnocrácia politizada de un nacionalismo se vuelve peligrosa, porque actúa en el plano simbólico de los afectos de los individuos que configuran un territorio geográfico, persuadiéndoles (casi chantajeandoles en un miedo de quedarse «al margen») a actuar de forma táctica a intercambios de prestigio de «lo que tenemos que hacer» , despojando la acción y percepción del individuo a la configuración de la masa en tanto que pérdida absoluta de identidad y de la cualidad del ser al respecto de sus acciones.

Se trata del mito del Golem, como he observado en este blog en otros momentos, de ser humano en un devenir automatizado y seducido a considerar que la «caverna» de su experiencia perceptiva de lenguaje y ritual cotidiano es la utopía definitiva, no puede haber -nada mejor- ahí fuera,  ese lenguaje y rituales han aparecido en la realidad como bajados de un más allá que obvia, mete literalmente debajo de la alfombra todos los intercambios históricos de construcciones y contaminaciones etimológicas, considerando así a que solo ha crecido a lo largo del tiempo sin ningún intercambio más que dicha cultura consigo misma. Es decir, un onanismo narrativo de que acaba derivando en la victima, en una idealización y narcisismo de una cultura, que como en las épocas más oscuras del ser humano le justifica para cualquier acción, en tanto que esta esta representada por la utopía definitiva para ellos mismos.

Preservar la cualidad de ser que una cultura puede otorgar es un derecho, es un ejercicio de poesía de lo cotidiano, pero no nos engañemos tarde o temprano descubriremos que esa originalidad (tan idílica, casi prístina, que en el fondo todo artista cree tener)  ha estado construida por un collage de intercambios con otros pueblos en el pasado. No hay un punto histórico donde ese intercambio simbiótico con otras culturas tenga que ser detenido si no te están oprimiendo.

En el caso Catalán, comparto en estar desacuerdo con las políticas del Gobierno central, pero su energía de en vez buscar una alternativa común se decida huir hacia una deriva de «nos roban» creo que es equivocado. El problema es la sumisión a la deriva capitalista corporativista que el Gobierno central tenia con la banca, salvándola de la quema cuando no tenia porqué; pero esto era un problema que nos afectaba al conjunto social de la península, no solo a Cataluña. Lo siento pero separaros no nos os hace un favor a ninguno de los que queríamos seguir creyendo y pidiendo un mejor modelo social para el conjunto de la península. Acabar sintiendo que los portugueses tengan más empatia con el pueblo español que los catalanes es una pena.

La carga policial solo vino bien a los se identificaban con una posición extrema en ambos bandos.

Todo lo que he explicado sirve como crítica tanto a «unionistas radicales» como para «independentistas radicales». Son cara y cruz de la misma moneda.

Lo siento, independentistas, creyendo que creando un espacio de seguridad solo para vosotros habríais podido moldear un pequeño mundo a vuestro capricho, en una huida hacia adelante, sin resolver en conjunto con el resto de la sociedad que sufre el mismo problema, pero preferisteis miraros el ombligo.