«Sostener la antorcha», dicho concepto parace solamente atribuirse a los «juegos olímpicos», pero eso es una mera adaptación contemporánea. Si bien estos provienen de la misma Grecia, el simbolismo de la antorcha fue extraido de la tradición de los «Misterios Eleusinos», en particular del hijo de Semele, a su vez hija de Cadmo y Armonía, el cual realizaba la función de «portar la antorcha» (evocación también a Demeter buscando a Perséfone).  Aunque el simbolismo aparente se mantiene, no tiene nada que ver con lo competitivo , más bien lo contrario, es un eco de volver a reunir lo separado a través de la vía del corazón oculto en la raíz de lo humano. Se trataba de sostener una forma de «saber» en el tiempo, nada que ver con lo «olímpico» de la actualidad, era la evocación a una «chispa» divina olvidada, camuflada, perdida, dentro del Alma humana.

En el relato mítico, Cadmo y Armonía se convierten en serpientes, de su unión nacerán distintos hijos, entre ellos esta Semele, de cuyo nombre deriva la palabra «Semilla», «Seminal».

La cuestión es que Zeus gustaba de la mortal Semele, y Semele de Zeus,  pero Hera, pareja de Zeus, no podía aceptar esa atracción, como de costrumbre trazó un plan para que Semele fuera indirectamente castigada por atreverse a ser amante de su marido. Se hizo amiga de ella y Semele le contó de su relación, entonces Hera le sugirió que para estar segura de que Zeus era verdaderamente él se apareciera ante ella como realmente es en su plena potencia. A Semele le pareció razonable, cayendo en la trampa de Hera,  y eso le dijo a Zeus, aunque este insistió contestándole que no era una buena idea, y Zeus trató de aparecer ante la mortal en baja potencia conteniendo su poder, pero aun así el encuentro con la verdadera dimensión de Zeus fue terrible y Semele fue consumida por los rayos, tormentas en una visión incomprensible, inefable y fatal.

Metáfora que alude a que no siempre estamos preparados para ver y comprender ciertos misterios en su verdadera dimensión, sino que todo ha de suceder en un debido momento, no sea que se nos «cortocircuiten los plomos» o seamos absorbidos ante lo inefable sin poder constelar ni integrar ninguna clase de saber.

Semele envuelta en las llamas ante la visión de Zeus, consumida, muerta en el instante ante la verdadera presencia y manifestación del Dios.

Semele, observando la transformación de Zeus que le hará consumirse y morir.

Pero antes de morir Semele queda embarazada, cuyo feto es salvado por Zeus y nutrido de su mismo muslo. Dicho niño se llamará Zagreo, Iachus, o Yaco. Ese niño es que simbólicamente era representado en los Misterios Eleusinos como «el portador de la antorcha» que había de llevar desde una distancia de unos 30 km hasta el santuario, desde Atenas hasta Eleusis, como representación ritual. Es muy posible que en el mundo antiguo esta representación  fuera también asimilada con «Harpócrates», el niño del secreto de la antigua religión greco-egipcia, del que emanaba el mismo Verbo, que activaba el espíritu o el «Ka», hijo de Serapis e Isis en el culto sincretico de ambas religiones.

A ningún griego que apreciase y conociera su cultura no se le podría escapar la evocación a Prometeo, creando así una analogía directa entre Yaco o Iachus y aquel que roba el fuego a los dioses para otorgarle posibilidad de visión a los seres humanos. De hecho, en ciertas fuentes, Yaco o Zagreo es desmembrado por los Titanes,  con cierta evocación al mito de Osiris, solo se salva su corazón que es  custodiado por Apolo llevándolo a los bosques del Parnaso. Zeus fulmina a los Titanes mientras recoge el corazón de Yaco del Parnaso, de las cenizas de los Titanes mezcladas con los restos del niño nace la humanidad al introducir el corazón de Yaco de nuevo a Semele antes de ser consumida por la visión en plena potencia de Zeus. De ahí, de la herencia matérica de los Titanes y los restos de Yaco provendría la naturaleza de Caos y Orden mezclada en la pulsión de lo humano. A Yaco, por nacer, morir y renacer en Seleme, en tanto que avatar de un Dionisio niño se le entendia como «dos veces nacido».

Dicho epíteto el de «dos veces nacido» correspondia a los iniciados, los cuales habrían observado y participado en los Misterios Eleusinos dentro de una dramatización cósmica que tendría como objetivo desvelar los propios misterios del flujo que alimenta a todo lo vivo, dioses, animales, plantas y humanos… el misterio de «Zoe» y de «Bios», el misterio de la propia esencia de la vida, que se encuentra en toda «Semilla», en toda «Semele», esencia que Perséfone contendría en su aliento a la «Salida de la Luz del dia» y su encuentro con la esencia de Apolo, la Luz, Gea, la Tierra y las Náyades, ninfas que habitaban el agua dulce, las cuales activaban esencia de vida que hacia brotar de nuevo a la energia traida por Perséfone, teniendo «Aretusa» una especial distinción entre las mismas dentro de los Misterios.

Sin embargo, la esencia de «Bio» del impulso vital, no tenía porqué transportar «memoria», o «sabiduría» en los humanos por su mezcla matérica con el Caos de los Titanes, aunque para eso servía el encuentro con el misterio de lo «anímico», aquello que «anima» a la potencia de Gea, de Gaia, era la potencia que la fecunda, siendo los iniciados testigos del «hálito divino» o «el Pnuema», como respiración y exhalación «caliente» que sostiene el pulso de la propia vida de la que el humano participa. Pero el filósofo sabe, más allá de las enormes y potentes pulsiones dionisiacas de lo intraterreno, que ha de constelar la potencia de Vida sin ser arrastrado por la misma, ha de controlar al fuego lo justo para someter al invierno y permitir que las «semillas» vuelvan a brotar.

Ese encuentro con lo «Anímico de Gea» era, en parte, un encuentro con una proyección del «El Alma del Mundo», una deidad invisible, abstracta en esencia,  que impregna el Cosmos en un tipo de condiciones precisas y mezcla de los cinco elementos si  están en «sincronía» con una «armonía» que permitia la posibilidad de «vida». Constelar al «Alma de Mundo» es extraer la enseñanza de su armonía, de su «numen numérico», y así aprender el lenguaje del espíritu que se incorpora de una forma ubicua.

Platón tomaría un paso más allá en el Timeo y hablaría de la propia esencia estructural en la raíz del «Nous», de la mente Cósmica que posibilita el recuerdo en el vehículo de lo vivo, entendiendo la filosofía como la nutrición para el Alma que la permitia articular el Recuerdo Total de la configuración misma lo Vital.

 

En la actualidad, sin embargo, el mito de Prometeo ha quedado relegado a la mera «Tekné» a la «técnica» de la que tanto prevenia Platón que podia confundirse con «conocimiento». La «Tekné» imita a la naturaleza, pero no es la naturaleza misma, en los tiempos contemporáneos se ha olvidado la parte del mito que va más allá de las producciones de la «Tekné» en lo humano y como el mito de Narciso estamos enamorados de las mismas incapaces de reconocer de nuevo al «Alma del Mundo» y establecer una sincronía con la misma porque nos hemos perdido en el camino de la «Tekné aristotélica», perdiendo asi la capacidad de entender la estructura mítica que se sincroniza con los pulsos de lo orgánico. De hecho construimos «laberintos de Tekné» que cada vez más nos encierran en la cueva platónica de  las sombras (llena de espejismos, fantasmas virtuales, deseos y pulsiones) , en vez de llevarnos hacia la Luz que nos sincronice con lo orgánico, de nuevo.

La evocación de este «Alma», de la pulsión anímica que mueve lo vivo en tanto que lo sacro quedó configurado en la religión cristiana a través de la «vírgenes» que no eran sino una evocación clara la fuerza que se combina con Gaia, cuando esta es nutrida, fecundada, es decir, el espíritu o aliento de Vida que evocaba al retorno de Perséfone y activación con la Luz. El eco de lo Eleusino quedó así latente en la iconografia cristiana cambiando a Demeter por una Virgen asimilada directamente con Afrodita, que nace por la acción de Cronos dado que Afrodita transporta la recreación en tiempo lineal de lo Carnal, (árbol genealógico) que aún albergando la chispa del «Alma» esta puede, o no, retornar al «recuerdo de sí» en la vía del espíritu y el «Alma del Mundo», más allá de la experiencia del tiempo lineal. Para eso estaba el «Amor a Sophia», el rescate del eter en lo matérico.

Observamos aquí la «Virgen de la Granada» de Boticelli. Dicho fruto se asocia a Perséfone, hija de Demeter, sostenida aqui por el Cristo como una evocación a Harpócrates, o niño del secreto.

 

Virgen de la Granada pintada por Botticelli en 1487.

El Cristo sujeta la Granada, evocación al fruto de Perséfone que le es dado por Hades  para que esta quede un tercio del año  bajo tierra. El Cristo en tanto que vía de la activación del espíritu, evocaria al niño del secreto, y del misterio del verbo. Heka.

Pasado ese periodo, Perséfone, la Venus intraterrena, sale a la Luz, fecundado toda la diversidad de la Naturaleza con su potencia haciendose una con su Magna Mater, Demeter.

Aqui vemos como Boticelli superpone de forma Exacta, tanto el rostro de la Virgen al de Afrodita en su cuadro «El nacimiento de Venus».

 

 

Aquí en el «Nacimiento de Venus» se produce la vuelta de las semillas arrastradas por Céfiro, viento suave del oeste, que las esparcirán para la vuelta de la primavera. Las flores que el viento transporta son el «Mirto», símbolo de Afrodita, que evocaría a una Perséfone de las estaciones que trae de nuevo la renovación. Se ha dicho que esta es la Venus celeste por su momento prístino de nacimiento, eso no es lo que dice la Teogonía de Hesiodo, y al lado suyo una ninfa pronto le cubrirá con el manto de la materia.

 

De la misma forma en las catacumbas de «Kom el Shoqafa» aparece a la entrada precisamente la concha de Venus, ya no alegoría de las estaciones sino de los propios ciclos vitales del alma y sus renacimientos.

Venus Pandemos (Charles Gleyre, 1854)

Sería esta la Afrodita terrenal, la de los misterios de Gea y de Gaia. Aquí la vemos encima de una cabra, quizás alusión a aquella que alimentó a Zeus, Amaltea, y que está tirada precisamente por un fauno infante que porta una antorcha, evocando precisamente a Yaco, Iachus, el hijo de Semele. En todo caso, la indicación del símbolo de la cabra (que resultaría andrógina) seria hecha por Apolo.

La madre de Semele, creadora de la «semillas», era Harmonía, esposa de Cadmo. La diosa Armonía hizo un voto a tres diosas, Afrodita Urania, otra a Afrodita Pandemos y otra a Apostrophia. Esto nos indica algo, para conseguir la Armonía completa no basta con los Misterios terrenales de las Semillas, sino también con Afrodita Urania, propia de los filósofos. Esta forma triple de la diosa no fue exclusiva de los griegos, también los árabes tenian una triforma de la diosa, conocidas como «las tres hijas de Alá» llamadas, Alat (una forma de Athenea) Al-Zuhara (venus vespertino) y Al-Uzza, (venus matutino) que fueron adoradas también en Palmira y Petra.

 

Sería Platón, el que recuperaría la dimensión de conocimiento de Afrodita Urania, es decir, aquel saber abstracto y pitagórico que estructuraba de nuevo la «Armonía Mundi», más allá de la noción de «Afrodita Pandemos», o el culto de lo dionisiaco centrado en la pulsión de lo matérico, dado que a Afrodita Urania no se le ofrecia «vino» en las ceremonias.  El conocimiento platónico rescataría la parte divina de las formas que se expresan en la realidad terrena como camino de retorno a la Unidad constelando una memoria que trenzaría lo aprendido en los Misterios, y por los Pitagóricos, además de la herecia Socrática. 

 

Hay otras carácteristicas llamativas acerca de Boticelli y sus Venus, entre ellas esta esta en su cuadro «Venus y Marte».

Aquí vemos las trenzas de de la propia Afrodita, las cuales evocan al trenzado de un cereal, el trigo. En cierta manera, el filósofo también «trenza» un «cordón» de conocimiento que permite evocar al encuentro de Perséfone con la Luz.

Este trenzado no sería sino la alusión a la Magna Mater, Demeter, madre de Perséfone, protagonista de los Misterios Eleusinos a la que se le ofrece el cereal. Un ultimo detalle, es el saludo de bendición, un mudra oriental que la diosa está relizando como gesto carácteristico y que está asociado a otras deiades como Sabazios y posteriormente al mismo Cristo.

Démeter, haciendo su gesto en una Anfora que evoca a los «Misterios Eleusinos», su gesto serio corresponde al de una «mujer mayor» ya que la diosa Demeter se disfrazó de anciana para mezclarse entre los mortales.

 

Salvator Mundi de Leonardo Da Vinci, aunque incluye el gesto de los Misterios Eleusinos, muy común en las representaciones de la cristiandad incluye la esfera cristalina, la octava esfera del firmamento, la de las estrellas fijas gobernadas por Uriel el ángel presente en la «Virgen de las rocas», la cual configura el conocimiento de la Musa Urania, la Afrodita Urania, que su discípulo Rafael vincularia directamente con la Sophia celeste uniendo así cielo y tierra hacia el recuerdo en la esencia de lo primordial.