(ilustración Cameron Gray)

 

 

EL ARTIFICIO DE LA IDENTIDAD

 

Cuán a menudo las emociones están vinculadas a nuestra supuesta identidad cultural.

A veces pensamos en la misma como si esta viniera de un lugar prístino, de unas fuentes ignotas que pertenecen a un pasado remoto e idílico.

Todo eso es falso. La identidad cultural no es igual a la identidad potencial del Ser humano.

La construcción de la identidad cultural es un pacto tácito que se pone en operativo por inercia cada mañana. A veces los guardianes de la «identidad cultural» tienen sus mártires y dicen «nosotros somos como somos porque otros dieron la vida por ello». Es la justificación del martir, de neurótico, del radical, dado que todos los nacionalismos tienen sus mártires.

Pienso en el escritor y traductor argentino Juio Cortazar, pienso en cómo inventaba un lenguaje que no estaba escrito ni creado previamente, porque en esencia esa ha sido la naturaleza del lenguaje desde tiempos remotos.

El lenguaje es una invención, un instrumento, una herramienta que se mezcla con nuestro sentir. Caprichos del gen FOXP-2 que se activó en nuestro organismo y no en el resto de los primates.

Sin embargo, el lenguaje no nació hecho, las personas lo fueron creando generación tras generación, pero no de una forma única ni inamovible, no sin contaminación cultural de otras culturas vecinas. La creatividad humana del lenguaje es una creación coral improvisada. Pero los nostalgicos nacionalistas de Todos los territorios, incluso el propio nacional, no son capaces de aceptarlo, piensan que su lengua e identidad es inmaculada.

Nadie puede decir que «Agur» o «Adios» es mejor que «Adeu», o «Chao».  Simplemente es una invención de lenguaje de herramienta de uso, neutral en esencia.

Sin embargo, para algunos esto no es neutral, sino una instrumentalización cultural.  El ser humano no es solamente su interpretación cultural del azar de la cultura donde le ha tocado nacer.

Jung advirtió de los problemas con las identificaciones parciales del «pensamiento masa».

Todo sistema cultural tiene su inercia de «pensamiento masa». Actualmente vivimos un periodo de confrontación cultural, donde pensamos y queremos justificar que la «defensa de la identidad cultural» es la última realidad del Ser.  Algo que es una aberración en si misma.

Heidegger, el filósofo aleman, lo creyó y defendió así, pero Heidegger fue un nazi. De ahí que fuera un defensor del nacionalismo porque eso daba «autenticidad» al Dasein, a la propia existencia. Todo esta está por escrito y este filósofo ha sido de referencia hasta hace poco un ciertas universidades que no quieren ver lo que Heidegger hizo. Él substituyo la metafísca de Platón que señalaba hacia el Unus Mundus de Jung por el maquivelismo de Nietzche, es decir, por los pulsos eternos y caprichosos del poder en una sociedad materialista que ofrece como substituto de la búsqueda espiritual los problemas territoriales de identidad cultural.

El ser humano es mucho más que su «terruño»  cultural, tiene dentro de sí una memoria primordial que le une al lenguaje del Cosmos, sin embargo, esa latencia propia de la búsqueda de todo místico, actualmente es pirateada por las tendencias políticas de uno y otro bando. En el peor de los casos esto ha llevado a confrontaciones en esta Europa de las identidades «locas» y los neuróticos que se identifican maniaticamente con las mismas como si su «pecera» fuera el «mar de la existencia».

El ignorante solo puede aspirar a creer que las producciones culturales, que él no ha creado, solo responden a un territorio o nacionalismo maniaco que él considera único,  las cuales instrumentaliza como si fueran suyas para justificar sus argumentos basados en la lógica de la falacia. 

He visto en primera persona las consecuencias de eso mismo a comienzos del 2001 en el este de Europa. Muy duras consecuencias.

Es una pena, al mismo tiempo que una vergüenza, que quiera instrumentalizarse la búsqueda de Ser, a través de los miserables problemas de territorio que se justifican en hechos históricos cortados a medida o directamente distorsionados, instrumentalizando a los muertos los cuales ya no pueden hablar. A veces creo que estás cuestiones se ensalzan de forma artificial y táctica creando enormes inconvenientes.

Somos más que la identidad cultural, aquellos que llamamos «artistas universales» como Leonardo Da Vinci, conseguían tocar esa fibra de memoria del Ser humano como una entidad total, pero no fragmentada.

La gente se siente mal porque vive fragmentada en su interior, porque han ensalzado a aquellos que buscan dividirles contra otros seres humanos.

Nuestra búsqueda de qué somos, es un lenguaje sagrado expresado a veces dentro del arte, pero más allá del espejismo cultural. El arte es ese extraño animal que jamás se dejó domesticar dentro del espíritu humano y no se rindió a las pleitesias del poder de turno, y si lo hizo, dejó de ser arte.

Reivindico en estas palabras, la memoria de que para Ser verdaderamente, tendremos que superar las fragmentaciones y los idealismos culturales que se utilizan actualmente como arma social. Las respuestas de la existencia son buscadas por seres humanos de todas las culturas, tenemos que ser eficaces a la hora de encontrar qué puentes, usando nuestra creatividad, crearemos para rescatar a la metafísica del Ser que fue secuestrada por el maquiavelismo del poder, y que nos tiene hipnotizados en su maldita rueca hipnótica, separándonos del Uno.

Ir hacia el Ser no es escuchar una determinada cadena de radio, o leer un determinado periódico, consumir un cierto tipo de cine o escuchar un estilo concreto de música. Ir hacia el Ser se trata de un recuerdo primordial que se pone en funcionamiento a través de una voluntad de dar respuestas a las grandes preguntas de la vida que normalmente se van demorando hasta que es demasiado tarde para poner en práctica su respuesta.

Y hasta que venzamos a ese dragón no seremos mejor que autómatas, recreando nuestro divididos laberintos una y otra vez.