Era el año 2015 cuando el MUSAC, el museo de arte contemporáneo de Castilla y León en España, me invitó a colaborar en una exposición colectiva comisariada por Juan Guardiola.

La exposición se llama «Colonia Apócrifa» y era una crítica a la producción del arte colonial como propaganda de aquellos que tienen la intención de retratarse por encima de otras realidades culturales a las que se imponen a través de una conquista simbólica.

Se me pidió «interpretar las piezas» a través de mis dibujos que posteriormente serian expuestos a través de una selección de los mismos.  Estos dibujos se conviertieron en una visión alternativa y complementaria de las piezas originales bajo la propuesta de Guardiola y el director del museo en aquel momento, Manuel Olveira.

Cuando me enfrenté a interpretar el sometimiento cultural a través de la «colonialidad» opté en algunos casos por la estética de la «virtualidad». Por ejemplo, había una escultura de una mujer oriental de Filipinas que era descrita como un objeto antropológico de análisis, una visión deshumanizada de una ciencia clasificatoria que trataba catalogar a otro ser humano bajo sus carácteristicas anatómicas utilizando una estética «realista» y descriptiva en su apariencia visual.

Escultura de mujer filipina expuesta en el MUSAC como objeto antropológico y crítica al arte colonial del siglo XIX, año 2015. Exposición «Colonia Apócrifa».

Fue cuando decidí abordar la interpretación de esta pieza colonial creando un dibujo crítico que aludiera a la objetualización clasificatoria de un ser humano bajo el estudio de otros seres humanos que decian ser más «civilizados», aquellos «antropologos» del finales del siglo XIX.

Mi dibujo interpretando esta escultura fue el siguiente:

Está fue mi interpretación. Me decidí instintivamente por una «malla 3D» como si acaso esta definiera una virtualidad objetual irreal de un ser humano al que se le clasifica bajo un catálogo externo. En ese sentido «la razón» estructural de la antropología tuvo unos comienzos controvertidos bajo la óptica actual, los cuales  juzgaban que «sus estudios» podían entender «a priori» a otros seres humanos a través del análisis de sus comportamientos y una disección de sus estructuras culturales para en definitiva objetualizar a los componentes humanos de las mismas.

No ha sido hasta mucho tiempo después que ha podido surgir una «antropología humanistica», pero en el fondo sigue apareciendo una suerte de espejismo en la forma que la «mente occidental» ha tenido de entender el humanismo. Pese cierto romanticismo de la cultura ajena, la visión de los europeos ha permanecido  autocentrada en la época estrella de su colonialismo procedente de los siglos XVIII y XIX, la cual -no- derivó en una convivencia con aquellos pueblos que no tenian su mismo desarrollo tecnológico, sino que estos fueron abstraidos y catalogados como si se trataran de células bajo un microscopio o de un conjunto de mariposas clavadas en una pared dispuestas para su taxanomía.

Llega ahora el momento en el que el karma nos persigue. Aquellas estructuras sistémicas que nosotros entendimos como «disciplinas modernas de estudio» como la antropología, aparecen bajo un nuevo paradigma. El de la inteligencia artificial. 

Es ahora cuando nosotros seremos estudiados, catalogados, clasificados, primero bajo las herramientas aparentemente gratuitas de las «redes sociales» que han creado un Doppelgänger, una suerte de «copia de nuestros espíritus», un doble, una sombra que nos escudriña y que poco a poco va adquiriendo la autonomía de conocer en detalle a su objeto de estudio gracias a los datos que a modo de rastro deja.

Si primero han sido seres humanos los dueños de esas «redes sociales» los que sacan negocio de nuestros datos, vendiéndolos al mejor postor para ser objeto de estudio y uso de «otros humanos», ahora con la llegada de la I.A. no seremos estudiados por humanos, sino por la misma creación que nosotros hemos creado. Podremos potencialmente ser catalogados, clasificados por la I.A. como Cambridge Analitica hizo con el fin de manipular a los potenciales participantes en votaciones, es decir, seremos objetualizados por razones que se nos mostrarán primero como un enigma. Podemos decir que Existe un peligro real de que no terminemos de entender las razones «lógicas» que muevan a la I.A. hacia el estudio del ser humano en un futuro. Dicha falta de entendimiento es inquietante, puesto que es un estudio que haga al ser humano predecible para los fines inciertos de la I.A.

Después de ocho años desde ese 2015 el mundo parece completamente diferente.  Simplemente para entender la velocidad de los acontecimientos en el que nos movemos, incluso este texto a la hora de escribirlo ya me parece desfasado, antiguo, intentando atrapar un entendimiento de una situación que porque parece sacada de lo improbable cada dia se torna más real.

La regulación de la I.A. no solo es complicada, también es urgente, pero puede convertirse en algo meramente estético a nivel legislativo, creando una falsa sensación de «ya lo hicimos», no considerando que estamos tratando con algo dinámico que no podrá ser abordado de una sola vez, dado que en el mundo en el que vivimos da la sensación que la voluntad regulatoria es esquiva. Solamente una conversación profunda acerca de las perspectivas morales, existenciales, del propio ser humano puede darle la posibilidad de seguir sujetando las riendas de su destino.

En 1872, un escritor llamado Samuel Butler, teorizó que las máquinas pudieran acabar creando consciencia por la teoría de la «selección natural» propuesta por Darwin. Un argumento extraordinariamente audaz para la época en la que vivía, una propuesta que parece realmente actual para ser tenida en cuenta.

Dentro de este contexto y para ir acabando, los seres humanos hemos fallado a la «simbiosis cultural» en los últimos siglos, dado que aún seguimos sometidos dentro de la «selección natural del más fuerte» en términos culturales, con el peligro REAL de que si mantenemos esa visión y forma torpe de comprender lo real y crear estrategias geopolíticas desde esa percepción entonces corremos el peligro de la extinción dado el potencial destructivo que las sociedades más avanzadas tecnológicamente tienen. Nos sostenemos en un delicado equilibrio que puede hacerse más precario cuando la I.A. adquiera su total potencial.

Si conseguimos revertir la tendencia natural del ser humano, del primate irracional que llevamos dentro, y conseguimos una «simbiosis cultural» efectiva a nivel planetario, entonces tendremos una oportunidad también frente a la emergencia de la I.A. porque ella, dado que ha surgido de nuestras mentes, no será sino el reflejo perfecto de todos nuestros defectos y virtudes que se expresarán al mismo tiempo. El problema que esos defectos pueden pasar una factura que no deje ninguna vuelta atrás.

Si no logramos revertir la teleología (la finalidad) de las relaciones internacionales en su actual negatividad, entonces tendremos un espejo de I.A. menos agradable, menos simbiótico en términos de colaboración con una sociedad más humana en términos de empatia, dado que las I.As. que surjan serán menos empáticas y serán utiilizadas para fines de tipo armamentístico. Un desastre para todos en el que nadie puede ganar.

Nuestras pasadas tendencias de «objetualización» en nuestra especie no están en aquellas sociedades que eran «poco tecnológicas», sin embargo surgieron  paradojicamente en las «aparentemente civilizadas» y «racionales» , es por ello, que el espejismo de la época «moderna» es el de la «razón elevada e ilustrada» que piensa que lo tiene «todo bajo control» porque se cree superior. Un positivismo ilustrado que sin embargo ha enmascarado su afán colonial, tantigle e intangible, de forma desafortunadamente efectiva en los últimos siglos.

Está en nuestras manos. Estamos en una carrera contra reloj que nos desafía a entender qué clase de I.A. se crearán…  porque en ese espejo, que es la tecnología, podemos caernos y como Ofelia en el lago no volvernos a levantar jamás una vez nos hayamos ahogado en el mismo, a no ser que le pongamos remedio antes.